Hace un tiempo entré por primera vez al sitio exclusivo del Campeonato Mundial de Praga 2009. Al recorrerlo pasé por una sección que se llama “galería de fotos”. Con sorpresa y asombro vi una foto que me paralizó. Una foto elegida por la gente de República Checa. La tenían ellos. Jamás la había visto. Es una foto donde el negro Roger Galván está sonriendo en medio de cuatro bailarinas coloridas, tres bailarines típicos y dos colados -seguro que de Praga y por eso sacaron la foto-.
Él en medio, con una sonrisa abierta, exultando alegría, en la cancha donde se hizo la inauguración del anterior Campeonato Mundial, en Puerto Rico.
El negro murió hace unos meses en una cancha de básquet. Acababa de jugar el primer cuarto y estaba sentado en la banca conversando con Horacio Goytía, su compadre santiagueño, cuando de pronto cayó de bruces al suelo, muerto. No pudo hacerse nada a pesar de la rápida intervención de los médicos cardiólogos que allí estaban y cuando llegó al hospital ya nos había dejado.
El negro vivió, respiró y disfrutó el basquetbol toda su vida. Pasó sus mejores y sus últimos momentos en una cancha de basquetbol. Fue muy afortunado, terminó su vida donde muchos queremos terminarla. Paseó por cada provincia argentina con el básquet y por el mundo con el maxi.
Cada vez que cierro los ojos veo al negro embocando un triple en un lugar distinto, Chile, Uruguay, Brasil, Estados Unidos, Eslovenia, Costa Rica, Finlandia, Puerto Rico, Australia, ciudades como Rio de Janeiro, Córdoba , Guarujá, Orlando, San Nicolás, Las Vegas, Paraná, Portland, Resistencia, Sídney, Buenos Aires, Brisbane, Santa Fe o paseando por Mónaco, España, Italia, Holanda, Austria, Francia yendo de excursión en excursión, filmando todo, hasta los túneles, queriendo guardarse para sí toda la maravilla del mundo que se le abría en esos viajes, que disfrutó como en cada partido, con esa cara adusta, con esa cara digna de negro bueno, de buen cantar y de palabra y sonrisa difíciles, pero de sonrisa honesta, como la de la foto. Como lo recordaré toda la vida.
Me vienen a la memoria Filadoro, de los aviones de Platense, el Gallego González, Mario Burgay, Janis Aboltnish de Latvia, “patito” Sánchez, Fernández, Riofrío, aquellos que tuvieron la suerte de morir en una cancha de básquet. Sí, dije suerte, porque no hay muerte más dulce para un apasionado basquetbolista que dejar la vida allí, en una cancha.
La muerte es el estadio último de la vida. Es parte indisoluble e irremisible. Nos acompaña todo el tiempo pero solamente se presenta una vez. Es como nacer. No nos lo proponemos, no decidimos cuándo ni dónde. Si tenemos suerte nacemos donde y como debemos, si tenemos suerte morimos como y donde debemos.
La muerte de un deportista siempre es convulsionante y despierta críticas acérrimas al deporte y a la práctica deportiva. No sé, ni me detuve a estudiar las estadísticas, pero pienso sin equivocarme que por cada deportista, joven o maduro que muere en una cancha de juego, cualquiera sea el deporte, hay millones de otros seres humanos que mueren en condiciones extremas, sufriendo, agonizando, en accidentes de tránsito, producto de largas y penosas enfermedades, torturados, en guerras inescrupulosas y estúpidas, en camas de hospitales, todos de distinta edad o iguales condiciones. Pero de ellos, excepto que se trate de alguien importante, o de un hecho mediático, sólo queda la información en un aviso póstumo y nadie, nadie se detiene a pensar siquiera en el inventario final.
No hay forma de evitar la muerte. Hay formas de prevenirla, de pretender estirar el tiempo de vida, de tomar recaudos con la salud y verificar en forma constante la aptitud física, de lograr una mejor calidad de vida en el tiempo -con el deporte como canal de mejor salud, para morigerar las causas de enfermedades o de la muerte-, pero no hay forma de evitarla.
Que mejor manera de dejar esta vida que en el lugar que más nos gusta y de pronto, sin sufrir, gozando de un partido. Por eso me quedo con la sonrisa del negro Galván. Con la picardía que muestra en esa foto, tratando se sentir, aunque sea un poco, todo lo que disfrutó Roger en este tiempo que nos acompañó, en su tiempo. Quedan sus muchas medallas, camisetas, recuerdos, su lugar privado de orgullo por esas cosas que lo deleitaron, videos y mil fotos con distintos uniformes de Argentina, el que más sentía y por el que estaba tan orgulloso.
Gracias por dejarnos esa foto. Gracias por mostrarnos que en vez de seguir lamentando tu pérdida tenemos que seguir tu ejemplo. Gracias negro.
Rubén Rodríguez Lamas
Él en medio, con una sonrisa abierta, exultando alegría, en la cancha donde se hizo la inauguración del anterior Campeonato Mundial, en Puerto Rico.
El negro murió hace unos meses en una cancha de básquet. Acababa de jugar el primer cuarto y estaba sentado en la banca conversando con Horacio Goytía, su compadre santiagueño, cuando de pronto cayó de bruces al suelo, muerto. No pudo hacerse nada a pesar de la rápida intervención de los médicos cardiólogos que allí estaban y cuando llegó al hospital ya nos había dejado.
El negro vivió, respiró y disfrutó el basquetbol toda su vida. Pasó sus mejores y sus últimos momentos en una cancha de basquetbol. Fue muy afortunado, terminó su vida donde muchos queremos terminarla. Paseó por cada provincia argentina con el básquet y por el mundo con el maxi.
Cada vez que cierro los ojos veo al negro embocando un triple en un lugar distinto, Chile, Uruguay, Brasil, Estados Unidos, Eslovenia, Costa Rica, Finlandia, Puerto Rico, Australia, ciudades como Rio de Janeiro, Córdoba , Guarujá, Orlando, San Nicolás, Las Vegas, Paraná, Portland, Resistencia, Sídney, Buenos Aires, Brisbane, Santa Fe o paseando por Mónaco, España, Italia, Holanda, Austria, Francia yendo de excursión en excursión, filmando todo, hasta los túneles, queriendo guardarse para sí toda la maravilla del mundo que se le abría en esos viajes, que disfrutó como en cada partido, con esa cara adusta, con esa cara digna de negro bueno, de buen cantar y de palabra y sonrisa difíciles, pero de sonrisa honesta, como la de la foto. Como lo recordaré toda la vida.
Me vienen a la memoria Filadoro, de los aviones de Platense, el Gallego González, Mario Burgay, Janis Aboltnish de Latvia, “patito” Sánchez, Fernández, Riofrío, aquellos que tuvieron la suerte de morir en una cancha de básquet. Sí, dije suerte, porque no hay muerte más dulce para un apasionado basquetbolista que dejar la vida allí, en una cancha.
La muerte es el estadio último de la vida. Es parte indisoluble e irremisible. Nos acompaña todo el tiempo pero solamente se presenta una vez. Es como nacer. No nos lo proponemos, no decidimos cuándo ni dónde. Si tenemos suerte nacemos donde y como debemos, si tenemos suerte morimos como y donde debemos.
La muerte de un deportista siempre es convulsionante y despierta críticas acérrimas al deporte y a la práctica deportiva. No sé, ni me detuve a estudiar las estadísticas, pero pienso sin equivocarme que por cada deportista, joven o maduro que muere en una cancha de juego, cualquiera sea el deporte, hay millones de otros seres humanos que mueren en condiciones extremas, sufriendo, agonizando, en accidentes de tránsito, producto de largas y penosas enfermedades, torturados, en guerras inescrupulosas y estúpidas, en camas de hospitales, todos de distinta edad o iguales condiciones. Pero de ellos, excepto que se trate de alguien importante, o de un hecho mediático, sólo queda la información en un aviso póstumo y nadie, nadie se detiene a pensar siquiera en el inventario final.
No hay forma de evitar la muerte. Hay formas de prevenirla, de pretender estirar el tiempo de vida, de tomar recaudos con la salud y verificar en forma constante la aptitud física, de lograr una mejor calidad de vida en el tiempo -con el deporte como canal de mejor salud, para morigerar las causas de enfermedades o de la muerte-, pero no hay forma de evitarla.
Que mejor manera de dejar esta vida que en el lugar que más nos gusta y de pronto, sin sufrir, gozando de un partido. Por eso me quedo con la sonrisa del negro Galván. Con la picardía que muestra en esa foto, tratando se sentir, aunque sea un poco, todo lo que disfrutó Roger en este tiempo que nos acompañó, en su tiempo. Quedan sus muchas medallas, camisetas, recuerdos, su lugar privado de orgullo por esas cosas que lo deleitaron, videos y mil fotos con distintos uniformes de Argentina, el que más sentía y por el que estaba tan orgulloso.
Gracias por dejarnos esa foto. Gracias por mostrarnos que en vez de seguir lamentando tu pérdida tenemos que seguir tu ejemplo. Gracias negro.
Rubén Rodríguez Lamas
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